La infancia es una etapa en la que la imaginación y la creatividad de los niños se encuentran en su máximo esplendor. Los juguetes son una herramienta indispensable para desarrollar estas habilidades, pero a veces los fabricantes sacan al mercado productos que más que estimular la mente del niño, parecen pensados para gastar una broma. En este artículo repasaremos algunos de los juguetes más ridículos que marcaron nuestra infancia.
A finales de los años 80, el rey del pop, Michael Jackson, vendía un curioso producto que prometía repeler a los malvados mientras se iluminaba en la oscuridad. Eran unos polvos mágicos con el nombre de "Michael Jackson Moonwalker Anti-Gravity Candy". A pesar de su precio desorbitado, muchos niños querían a toda costa conseguir esta especie de golosinas mágicas. Después de su consumo, los niños esperaban ser capaces de pisar el techo como lo hacía su ídolo en el videoclip de "Smooth Criminal". Sin embargo, la realidad era muy distinta, y los polvos mágicos resultaban ser unos mazapanes fluorescentes y nada mágicos.
A finales de los años 90, el Furbie se convirtió en uno de los juguetes más populares, un peluche que parecía haber salido de un episodio de Los Teleñecos, pero que con el paso del tiempo, un rumor se extendió: se decía que estos peluches eran en realidad unos espías del gobierno. Algunos padres llegaron incluso a preocuparse por la cantidad de información que los Furbies podían recopilar. Sin embargo, el juguete nunca fue en realidad un espía, aunque sí que tenía la capacidad de grabar conversaciones y reproducirlas en un lenguaje propio, lo que lo hacía aún más espeluznante para algunos.
El Tamagotchi fue un fenómeno global a mediados de los años 90. Este pequeño dispositivo japonés se convirtió en todo un reto para los niños: debían alimentarlo, jugar con él y limpiar sus necesidades, de lo contrario, su mascota virtual moriría. Los primeros días los niños se mostraban responsables y cariñosos con sus mascotas, pero llegó un momento en que el fenómeno se descontroló: los niños llevaban sus Tamagotchis a la escuela, los padres tenían que cuidar a sus mascotas en el trabajo y así se generó una nueva forma de adicción a la tecnología.
En los años 80, el Guiñol Paco fue uno de los juguetes más ridículos que tuvieron un gran éxito. Se trataba de un pollo de gomaespuma con una mecánica interior que le permitía mover la cabeza, picotear y caminar. El Guiñol Paco se convirtió en la estrella de muchos programas infantiles, pero como la televisión de la época no era muy rigurosa, era común ver a los niños aburridos ante un pollo que no les hacía reír. Sin embargo, Paco no era del todo inútil, ya que muchos niños encontraron un nuevo uso para el pollo: lanzarlo desde las alturas y ver cómo volaba con sus alas de plástico.
Hacia el año 2000, el Pez robot se vendió como la mascota perfecta, una alternativa a los Tamagotchis que no requería tanto cuidado. Era un pez de juguete que se movía en su base con una mecánica que imitaba el movimiento de un pez de verdad. Pero, como ocurre en muchas ocasiones, la promesa de un futuro extraordinario terminó en un doloroso fracaso. El pez robot era aburrido y carecía de personalidad, por no hablar de su sonido irritante y constante.
Los juguetes ridículos de nuestra infancia reflejan la creatividad e imaginación de los fabricantes, pero en muchas ocasiones, esa creatividad se transforma en tontería y en ocasiones incluso, en un peligro. Así que mejor recordarlos con una sonrisa, pero no volver a probarlos.