Todo comenzó un viernes por la noche después de salir del trabajo, estaba en el metro de camino a casa. Era una de esas noches en las que el vagón estaba lleno de gente, había un ambiente animado. Todos hablaban, reían y disfrutaban su camino a casa. Yo estaba allí, parado, agarrado del asidero para no caerme. De repente, escuché una risa atronadora, una risa que llamó mi atención. No podía creerlo, había un payaso en el metro.
No era algo común ver a un payaso en el metro, así que me sorprendió verlo allí. Pero no era un payaso común, no llevaba pintura en la cara ni un traje colorido. Llevaba una camisa sucia, pantalones rasgados y zapatos desgastados. Lo único que lo hacía parecer un payaso era su gorro rojo y una sonrisa gigante dibujada en su rostro.
La gente a su alrededor parecía ignorarlo, como si fuera algo normal. Pero yo no podía quitarle los ojos de encima. Me sentía incómodo con su presencia. Seguí observándolo mientras el metro avanzaba por el túnel. Estaba dispuesto a ignorarlo hasta que me habló.
El payaso se paró frente a mí y comenzó a hablar en voz alta. Yo me quedé petrificado, no sabía qué hacer. Me preguntó si estaba asustado, a lo que respondí con un nervioso "no". Luego me pidió dinero, yo no sabía qué hacer. Pensé en decirle que no tenía cambio, en ignorarlo, en todo, pero aún así algo en mi interior me obligó a darle dinero.
Entonces, seguí mi instinto y le di algunos billetes. Sin embargo, antes de irse, me pidió mi número de teléfono. No sabía qué decir, así que simplemente le dije que no. Luego de eso, se fue, pasando por los demás y pidiéndoles dinero sin ser invitado.
El payaso resultó no ser una amenaza, no me hizo nada malo, pero aún así me asustó. Fue una experiencia extraña que me hizo reflexionar. Nos enseña que no debemos juzgar a las personas por su apariencia, todos merecen respeto.
No deberíamos temer a lo desconocido, ya que simplemente es algo que no estamos acostumbrados a ver, pero eso no significa que sea una amenaza. Además, lo que sucedió fue una lección sobre el poder del instinto. A veces, esta pequeña vocecita interna dentro de nosotros tiene razón y debemos seguirla.
Aunque fue un susto en el momento, no me arrepiento de haberle dado dinero al payaso. Me recordó que debemos ayudar a los demás y hacer el bien cuando podemos. Además, fue una experiencia única que no olvidaré pronto.
En resumen, el payaso en el metro fue una experiencia que me hizo reflexionar y me dejó una valiosa lección. Así que, nunca subestimes la sabiduría que puedas obtener de los lugares más inesperados y, especialmente, de un payaso en el metro.